Os dejo una bonita historia de amor,…
Un clavel
1949. Ya no había guerra, pero sí hambre. En los pueblos gaditanos, así como en el resto de España, había llegado el miedo, el desconcierto, para quedarse. Ahora había que transformarse a él, ajustarse al sufrimiento y prosperar de la forma que fuese posible. Reconstruirse. Aun así, como se suele decir, en los tiempos más oscuros es cuando las cosas más bonitas florecen.
Una tarde veraniega de un pueblo costero gaditano a pie de playa. Puente Mayorga. El día soleado da paso a un atardecer de sol anaranjado poniéndose, cielo despejado, sin viento apenas agitando los árboles. Olor a sal y niños jugando en la plaza, una de estas tardes que invita a vivir la noche. En aquella época, se vivían las tardes de fines de semana en las veladas. Los sábados la banda del pueblo entonaba pasodobles que permitía a la gente evadirse de su realidad vespertina. Con divisa verde y oro, A la Reja Andaluza y el Te quiero y olé. También algún que otro bolero.
Porque voy a enloquecer
Ella se ira para siempre
Cuando amanezca otra vez
Aquella noche la velada se organizaba en el hotel del pueblo. No se exigía código de vestimenta, era una noche para disfrutarla, pero eso sí, era una noche adulta. Dieciséis. Ella aun no tenía la mayoría de edad, aunque madurez de sobra. Quería ir a la velada. No le gustaba mucho bailar y se agobiaba con mucha gente alrededor, pero el ambiente la tenía encantada. Gente adulta desenfrenada, bailando y bebiendo, hablando y riendo, todo lo que no veía en su casa en el día a día. Su madre no la quería dejar ir, una niña en esos sitios… pero, para su fortuna, su prima andaba por casa aquella tarde. La madre cedió con la condición de que no se separase de su prima y de que ambas volviesen a una hora más que prudente. No dijo nada de hombres, pero eso iba implícito en el mensaje. Faltaría más.
Al doblar la esquina ya se escuchaba la música sonar, del taranteo del acordeón. Antes de entrar, una celosía de hiedras permitía vislumbrar lo que dentro te esperaba. Gente feliz, divirtiéndose. Se guardaba una pequeña cola con la que se evitaba que niños y algún impresentable se colara, pero el control, si parecías mayor, no era muy exhaustivo. Aún así, su prima tenía otro plan por si no la dejaban entrar: saltar por la tapia que daba a los servicios. Ninguna de las dos quería perderse aquella fiesta. Creo, por suerte, no tuvieron que recurrir a esto segundo, aunque no lo recuerdo de cuando me lo contó. El patio del hotel estaba alumbrado con hileras de bombillas, el suelo era de albero y las sillas y mesas de madera. Al fondo había un espacio sin nada que estorbase para bailar, un pequeño escenario elevado y, a la derecha, una barra improvisada. Para ella nada de alcohol.
Se sentaron en una mesa y pasaron la noche mirando como otros lo pasaban. En una de estas, su prima fue a bailar con alguien que la conocía y ella se quedó allí esperándola. Ya mismo se acabaría el plazo de esa hora prudente y se tendrían que marchar, aunque no quería en absoluto. “¿Estás sola?”. Miró atrás y vio a un joven trajeado de gris con las manos en los bolsillos, camisa y corbata, muy bien peinado y perfumado. “He visto que te has pegado toda la noche sentada, igual te apetece bailar”. “No se bailar” dijo ella. “No pasa nada, yo te enseño. Ahora le he pedido a aquella señorita de allí que baile conmigo, pero después vendré y me concederás el siguiente”. “No sé, no creo” respondió algo desubicada. El joven se marchó y ella lo acabó perdiendo de vista por el resto de la noche.
Sabía que su madre le iba a regañar si llegaba muy tarde y su prima no parecía quererse ir, pero por curiosidad se quedó esperando. Quizás bailar no era tan malo como ella pensaba y si alguien la sacaba le gustaría. Pasaba el tiempo y aquel joven no aparecía. Su prima acabó volviendo y le dijo que tenían que irse. Ella forzó por si aparecía él. Si aparecía estaba claro que no iba a bailar con ella, se tenía que ir, pero aprovecharía para echarle en cara que se había perdido disfrutar de su tiempo, de ella. No estaba decepcionada, apenas habían intercambiado un par de palabras, pero la curiosidad es muy mala amiga y en parte… se había quedado con ganas de bailar con la única persona que se lo había pedido aquella noche.
Ya en el camino a su casa, al doblar la esquina se despidió de su prima. Puente Mayorga es un pueblo muy pequeño y todo está muy cerca, pero en su caso todavía más. Su prima vivía en la calle contigua a la suya y su abuela justo en frente. “¡Espera!”. Era él. “No te veía dentro y he venido corriendo para disculparme. Tenía ganas de bailar contigo, pero no tenía esto…” Sacó un clavel del bolsillo de la chaqueta. “He ido a buscarla para dártelo y cuando volví ya no estabas allí.” Se lo puso la solapa del vestido. “Te queda muy bien, espero que no te hayas enfadado conmigo”. Era él.
Desde entonces me reconoce que la única persona con la que bailó y bailará para siempre será él.
… la historia de como mis abuelos se conocieron.