Me gustaba leer tus escritos, tu furia era roja escarlata, tu palpito bélico, insumiso. Revolucionabas mi nimio mundo y yo me limitaba a bailar siguiendo tus pies.
Nunca te vi tímida, aunque probablemente de verte te gasté, de respetarte, te perdí. Y es que verte para mi significaba el mundo; estos memos no saben, ni supieron, como describir semejante amor, porque nunca te vieron con mis gafas, nunca anduvieron con mis zapatos, pero siempre te tuvieron, y eso me dio celo.
Aprendí a saborear el amor contigo, y dolía, pero cuando no lo hacía era tan delicioso, sabía tan bien, un escalofrío que te contraía los músculos, que penetraba y no encontraba la salida. Luego te volvía a perder.
Ahora te has apagado, y de saber quién lo ha hecho, de saber quien ha sido, yo, yo, … no haría nada, como siempre, como de costumbre. No necesitas un caballo que te relinche a cada paso que des. Tu sombra es tuya y de nadie más, y el inconsciente que te ate, ese que te eche el brazo por encima, que duerma contigo en las noches mas frías y te vea como yo siempre he querido, que sepa que nunca nada fue humilde en ti.
Dejo el vagón en el que iba de polizón. Tú eras de primera clase, yo a veces alcanzaba el ventanuco y te veía por el cristal, y es que siempre ha sido bonito poder fijarme en ti. Te deseo que te vaya bonito cariño, yo me bajo aquí. Ahora me haré maquinista de mi propio tren, me ensuciaré llenando la caldera de carbón, hasta que se ponga en marcha, y cuando accionen el desvío y te vea marcharte te diré lo que siempre quise decirte.
Para el mismo alguien.
